El grito es tuyo y no tienes boca,
el llanto es mío y no tengo lágrimas.
Se ha escondido la fuerza,
no nos presta su brazo de hierro.
Habrá que comprar otro
que nos regrese la entereza,
que escuche tu voz,
que limpie mi mejilla,
que apacigüe
nuestro dolor de cabeza.
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