—¡Tengo! ¡Tengo! ¡Tengo! ¡Tú no tienes nada! Canturreaba, o más bien, gritaba. —¿Qué tienes? —Tengo un Ferrari y una mansión. Una isla secreta, una chacha y un avión. Un traje de piedras preciosas, un castillo en el cielo de Nueva York, una parcela en la luna, un lingote en el corazón. ¡Tengo!, ¡tengo!, ¡tengo! ¡Tú no tienes nada! —Como destella tu corazón y que poco brilla tu alma. ¿Solo con eso cuentas? ¡Qué pobre es tu cabeza! Que poca condición. Rayas la imperfección, sabiendo que hay noche para dormir y amanecer para despertar, agua para beber, lluvia en la que bañarse, fruta madura que comer, sol bajo el cual calentarse, brazos con los que trabajar, sombra donde refrescarse, y dos metros de tierra donde se pudra el cuerpo cuando al fin descanse. ¿Y tú,... tu, que tienes?