Un día de julio. Todavía estoy viva, todavía sigo dando guerra, todavía. Todavía me visita Santa Regla (mi Virgen a los cincuenta y tres), los opiáceos y la siesta por cojones. El insomnio y el dolor también me visitan, todavía. Todavía siento a medias tintas, todavía me aferro a la baranda de la escalera para subir los escalones, todavía los bajo echando horas extras… pero todavía los bajo. Un día de agosto. Hoy toca resonancia. Que el tumor no haya crecido. Ha crecido. Se descarta la quimio. Imposible una nueva cirugía. La alternativa: Radiocirugía. Diosito, que no haya efectos colaterales, ya me cuesta sobrellevar los que tengo. Un día de octubre. Radiocirugía. La corona de hierro no ha resultado tan mala como esperaba, sólo algo aparatosa e incómoda. Esta tarde, aquí, esperando la llegada de los efectos secundarios. Que sean leves, livianos… y pueda superarlos. Siguiente día de octubre. La primera noche ha sido larga, sudorosa y con algo