En la cama no duermo, rezo. Le pido que abrace el cuerpo, entienda el dolor, alimente el espíritu y escuche los miedos; que los transforme y los amase en un pan de pueblo de miga blanca, recia, alegre, juguetona… una miga tierna y agradable al paladar, capaz de apapachar el estómago y el alma.
—¡Arropa mi frío! —le grito.
Me regala silencio, soledad, paz…Me inyecta calma y el chute de adrenalina justo y preciso.
También es una bruja que me hace cosquillas para robarme las horas, pero igualmente la quiero.
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