En mi terraza reina paz,
en la suya, ego.
Su lengua ácida
muerde mis huesos,
como una polilla
carcome y carcome…
en mis manos
vomita llamas de infierno.
Sus ojos de huevo podrido,
en los míos, inyectan veneno,
ponzoña que paraliza
los latidos del cuerpo.
Un círculo de odio en su frente,
como humo…
penetra mi esqueleto,
lo traspasa, lo sangra,
lo deja huérfano.
¡Vete! ¡Verte, no quiero!
Repite mi mente
paralizada, rota, atrofiada…
¡Dios! ¡Qué miedo!
(Del fantasma de mi psique,
de su enfermo cerebelo)
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