La inquilina de la luna, en las calurosas noches del estío veraniego, cuelga de una de las puntas el bañador y la toalla. Se asoma al precipicio, usa como trampolín su pico y desnuda como ella, se lanza a la embravecida sal naturista salpicando los volantes de espuma de la piel del mar.
La blancura de las tres desnudeces destilan brillo y pureza. Durante el chapoteo, el espíritu de las estrellas desciende, toca y bendice su loca alma, con luz de espejos rotos.
Las poros resuman paz,
los finos vellos reverberan calma,
el efluvio mudo…
muda cantos de esperanza,
con tono de lira griega
rasga notas en el pentagrama.
Dos almas danzan sordas
y una canta brava:
"Salvación y sanación grata"
Bien adentro de la noche,
rozando la madrugada del alba,
recojo el testigo que me transforma
de inquilina en amiga de la Dama.
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